Cada vez que voy al baño público y me siento sobre uno de esos incómodos asientos para escusados -que ni los japoneses podrán mejorar algún día- siento el deseo de estar dentro de una película de la época de oro del cine mexicano. Las puertas color beige se tornarían de un gris claro y el escusado blanco seguiría siendo blanco. Todas las tonalidades posibles en escalas de grises mientras yo sentado, con los pantalones hasta los tobillos, comenzaría a entonar mi voz con un bajo profundo, grave, ronco, pedroinfantesco, moldeando cada palabra con la garganta. Cantaría “La negra noche / tendió su manto…” de manera muy suave, apenas audible, en un susurro amplificado por la morbosa acústica del baño, y mi nota vagaría entre las paredes y los otros cubículos de cagar, mientras espero que una voz más gruesa, sentada en el cubículo de mi derecha, siguiera la tonada y la letra, alzando la voz para hacer vibrar el agua que gotearía (si es posible) y los culos al aire. Cantaríamos, yo en contralto y el en barítono, “surgió la niebla / murió la luuuuuuuuz” y después de este verso todos los hombres, sentados tras las puertas de sus pequeños cubículos, harían música con sus bocas, algunos imitando arpegios, y otros el sonsonete del tololoche. Y yo diría “como en la noche…” y mi compañero de al lado respondería agudizando su voz “…nace el rocío”, respondiéndonos en una alegre melodía que haría de estos baños un lugar imprescindible de esparcimiento y cultura para los hombres, ya que no faltaría pronto la señora, que avisada de las voces, llegaría a vender sus aguas frescas, y los niños, que corriendo, hicieran melodías en el mingitorio. Por desgracia la vida es a colores y nadie canta en los baños públicos, sin saber que esto último es el mejor remedio contra el estreñimiento.
Remedios contra el estreñimiento
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